Suárez: el caballo de Troya del franquismo (1 de 2)
Fui testigo aventajado, por eso de la edad y del activismo político, de los últimos años de la dictadura y los muy duros de la Transición. Años de plomo por culpa del terrorismo, años en los que el “ruido de sables” era una constante amenaza y años en los que España sufría una crisis económica galopante.
Cuando conocí que el rey había designado a Adolfo Suárez como presidente del Gobierno me dije “apaga y vámonos”, ¡un ministro secretario general del Movimiento!, el peor aval para los demócratas. Ahora bien, a medida que le iba escuchando en televisión mi interés por lo que proponía hizo que mi preocupación se fuera transformando en respeto hacia él. Se estaba produciendo en él una metamorfosis positiva. Por ello, se le puede considerar el caballo de Troya del franquismo, pasó de ser uno de los suyos a conseguir con enormes esfuerzos que las Cortes franquistas se autodisolviesen con la Ley para la Reforma Política.
Durante su presidencia legalizó al PCE, se aprobó la Ley del Divorcio, se aprobaron los Pactos de la Moncloa, tan necesarios para superar la endemoniada herencia económica de la dictadura. Eso sí que era “herencia recibida”. Se aprobó la Ley de Amnistía, tan espinosa ella. Se enfrentó a la cúpula del ejército decimonónico. Se implicó en la detención de los asesinos fascistas de la matanza de Atocha y consiguió que se aprobase la actual Constitución que nos situó en una democracia formal, la cual no supuso una ruptura con la dictadura puesto que fue una reforma. ¡Y menos mal!
Por ello, en la actualidad, soy uno de los millones de españoles que consideran que la Transición fue edulcorada y no tan modélica. Las fuerzas vivas del franquismo y aledañas se las ingeniaron para que muchas cosas no cambiasen nada o muy poco. En definitiva, la Transición –repito que ¡menos mal!– fue simplemente lo que quisieron quienes mandaban, mandan y si no lo remediamos sigan mandando. Es decir, se negoció, permítaseme decir, bajo las botas de los vencedores de la guerra, motivo por el que todavía estamos pagando los errores de tal desequilibrio.
En España no hay como morirse para que hablen bien de uno. Te alaban cuando ya te has ido. En el caso de Suárez, se idolatra como padre de la democracia a un cachorro del franquismo, se le olvida después y se le ensalza una vez muerto. España es así, señora.
Ángel Dorado