La Europa de la vergüenza
Ángel Dorado La indecente pasividad de la Unión Europea ante la tragedia de los miles de refugiados políticos que huyen de sus países asolados por la guerra, en su mayoría sirios, me lleva a avergonzarme de ser europeo. Soy consciente de que a título personal poco puedo hacer para ayudar a esas miles de personas que tratan de llegar a Europa, muchos dejando su vida en el intento, con el fin de recuperar la paz y la dignidad que en sus países se les niega. A este respecto, uno de esos países es Libia, cuyas fronteras, nos decían, eran una de las más seguras al sur de UE. No obstante, ¿mereció la pena destruir ese país para garantizar un acceso más fácil al petróleo y servir a los intereses geoestratégicos de Israel y Estados Unidos?
En lo poco que puedo ayudar incluyo las donaciones a organizaciones de reconocida decencia, mi denuncia de la indecencia de los gobiernos europeos (también la del gobierno español, por supuesto), como es el caso de este artículo, mi máxima repulsa a las opiniones xenófobas, así como mi voto.
El éxodo del que estoy haciendo mención no me impide recordar otra tragedia, ya crónica, la de los inmigrantes llamados económicos que desde hace años tratan de llegar a los países del sur de Europa, con una insufrible cifra de muertes. En lo que llevamos de año, 2.300 personas han muerto al tratar de cruzar el Mediterráneo.
En este caso tampoco la Europa de los derechos humanos, ¿perdón?, ha estado en términos generales a la altura de las circunstancias, es decir, está cada vez más cerrada a aliviar el sufrimiento de millones de personas. Nunca deberíamos olvidar las concertinas (cuchillas) instaladas en las fronteras de Ceuta y Melilla; tampoco a los 15 inmigrantes ahogados en Ceuta al pretender alcanzar la costa en 2014, mientras se les disparaba pelotas de goma. A las fronteras españolas han llegado este año 6.000 personas de manera irregular, la mitad aproximadamente solicitando asilo y el Gobierno los ha rechazado de mala manera.
Regresando a los refugiados políticos, ha tenido que difundirse la terrible imagen de un niño de tres años ahogado en una playa turca para que los gobiernos de algunos países de la UE muy tímidamente comiencen a abandonar su clamoroso silencio para anunciar que acogerán refugiados. ¡Hipócritas!
En Europa por muchos muros que se levanten, por muchos alambres de espino y concertinas que se instalen no detendrán a los millones de personas que huyen de guerras, del hambre y las dictaduras. Tengamos en cuenta que el 62% de los inmigrantes que llegan a Europa no escapan de la pobreza o el hambre, lo hacen como consecuencia de la guerra y las dictaduras, es decir, son potencialmente refugiados políticos. A este respecto, haré mención al cuento de Edgar Allan Poe “La máscara de la muerte roja”, que muestra la inutilidad del intento de un príncipe de encerrarse en su palacio a dar fiestas hasta que pase la peste. No le sirvió de nada.
El actual proyecto de la UE tiene una enfermedad profunda, debido, en mi opinión, a que viene haciendo una política que fomenta la competitividad y el individualismo, laminando los valores de equipo y solidaridad, lo cual provoca el aumento de la xenofobia y el racismo y, como consecuencia, el crecimiento de la extrema derecha, el fascismo y el nazismo en 14 países de nuestra democrática Europa, incluido, por supuesto, el nuestro.
La buena gente europea está muy por delante de sus gobiernos cobardes con el corazón de piedra, que están acabando, como se indicó, con una Europa justa y fraterna, si es que alguna vez tuvo plenamente estos valores. No obstante, cabe la remota posibilidad de que algún día aprendamos a tratarnos todos los seres humanos como iguales, porque, de no ser así, estaríamos aceptando los muchos genocidios ocurridos a lo largo de la historia, como si no hubiesen tenido lugar.
Concluyo con unas cifras históricas que convendría recordar: Alemania exilió a los EE.UU. entre 1933 y 1945 a más de 2,3 millones de refugiados. España exilió durante la Guerra Civil a unos 500.000 ciudadanos a Francia, 15.000 a Argelia, 25.000 a México, 4.000 a la República Dominicana, 3.000 a Argentina y otros tantos a Venezuela. También convendría recordar los miles de inmigrantes españoles que en la posguerra se vieron obligados a irse a Alemania, Francia y Suiza. Hoy seguimos siendo inmigrantes con los miles de jóvenes expulsados. Muchos no tienen memoria ni conocimiento de nuestra historia más reciente.